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lunes, 30 de enero de 2012

El apagón

El calor era insoportable, la camiseta de tirantas la tenía completamente mojada
por un espeso sudor; ya no aguantaba más, estaba al borde del colapso nervioso.
Cualquier cosa que dijeran mi mujer o mis hijos me sobreexcitaba el carácter y si
era mi suegra, mi neurosis se podría comparar a la del más oscuro asesino. Si, no
solo vivíamos en el pisito el matrimonio y mis tres hijos, sino que también tenía que
soportar la continua jerga despotricante de mi oronda, sempiterna y despreciada
suegra.
Recuerdo cuando se fue la luz por vez primera, mí suegra me llevo casi a
empujones hasta el cuadro eléctrico, de nada servían mis protestas y negativas ante
una evidente falta de conocimientos sobre las ciencias eléctricas, no iba mas allá de
subir de nuevo los interruptores; pero no era el caso, la falta de corriente eléctrica
se dio en todo el barrio" que yo supiera”. Inmediatamente después, llegó el
primero de los vecinos a preguntar si teníamos luz, le hice un gesto con la mano
invitándole a mirar dentro de mi casa. No hacía falta ser un genio para darse
cuenta de que evidentemente yo tampoco podía disfrutar de los beneficios de la
tecnología, porque estábamos en pleno mes de agosto y sin el aire acondicionado, el
pisito pasaba a ser automáticamente un autentico horno crematorio.
Pasé toda la noche en una duermevela llena de surrealistas pesadillas, donde el
miedo y el terror me sobrecogían el alma haciéndome brincar de la cama con la
respiración entrecortada, como si fuera el preludio o la premonición de lo que se
avecinaba; de lo que estaba por venir.
Llegó la hora de ir a trabajar que incluso lo agradecí, al fin podría salir al fresco
de la madrugada. Me levanté y me dirigí al cuarto de baño para asearme como
cada mañana, pero cual no seria mi sorpresa cuando abrí el grifo del agua y solo
salió un hilo fino de esta, y este pasó a ser un goteo cada vez más escaso. Había que
fastidiarse, no solo lo dejan a uno sin luz sino que para colmo nos cortan el agua.
Pude saciar mi sed porque disponía de algunas botellas de agua guardadas en el
frigorífico, este a su vez, tampoco enfriaba lógicamente, ya que no disponía de
energía; pero bueno el agua es agua. No quise beber demasiado para no dejar a los
niños y a Marta ( mi mujer ) sin el beneficio de unos reparadores tragos de agua,
aunque mi bucólica mente odió de nuevo a mi suegra porque esta raptaría algo o
mucho de tan preciado líquido; tan solo yo ,sabía lo que me pasó por la mente en
ese preciso momento.
Salí a los pasillos del edificio y me dirigí hacia las escaleras, a oscuras, bajé los
peldaños uno a uno con la máxima precaución de la que era capaz; No podía
permitirme una caída y por consiguiente una baja laboral," la crisis no daba para
eso ".Cuando alcancé el exterior, aun no había amanecido, y a pesar de haber
descendido la temperatura aun hacía calor; La gente dormitaba en las calles, bien
sobre tumbonas o bien sobre improvisados colchones.
Monté en mi auto arrancando mecánicamente y por costumbre conecté la radio,
curiosamente las emisoras habituales de música no estaban emitiendo, en cambio
solo escuchaba noticias por todo el dial; noticias que a su vez eran estremecedoras,
contaban que el saqueo, el pillaje y el vandalismo, estaban apoderándose del país y
que resultaba prácticamente imposible de controlar.
Empecé a asustarme un poco, pensé en Marta y en los niños, y presté más atención
a las noticias. Pasé junto a una gasolinera y me detuve para repostar, pero esta se
hallaba con el cartel colgado de cerrado, bajé del vehículo para hablar con el
dependiente. Este se hallaba parapetado detrás de una cabina con cristales
blindados y sus ojos, mirándome, eran de recelo, le pregunté porque estaba
cerrada si ya eran las seis de la mañana, se disculpó diciéndome que no quedaba
combustible, y que además no había suministro eléctrico que hiciera funcionar los
surtidores, amén de los intentos de robo que había sufrido. "esto último me lo dijo
asomando un poco el cañón de una escopeta de caza "entendí claramente el
mensaje dándome media vuelta hacia mi auto. Me di cuenta que la cosa estaba
peor de lo que yo creía, entonces dudé si ir al trabajo o irme de nuevo a casa para
estar junto a mi mujer y mis hijos.¿ pero, y si era expulsado del trabajo por faltar
? Me llené de coraje y continué hacia la fábrica. Supongo, que si hubiera podido
verme la cara, me hubiese echado a llorar; de repente, todas las pesadillas de la
noche se aparecían como diapositivas en mi mente y los mas oscuros presagios se
fueron fundiendo en una lenta agonía que me acongojaba, que me paralizaba.
Tenía que reaccionar, sobreponerme, no podía dejar que esas nubes negras me
obnubilaran la razón. Todo esto era de locos.
En el camino hacia la fábrica, continué escuchando la radio, una de las noticias me
llamó la atención sobremanera, resultaba que el gobierno había ordenado el estado
de excepción. La fábrica, estaba situada a las afueras de la ciudad, como yo vivía
en un pueblecito cercano, no tuve necesidad de entrar en ella, lo que alivió
magnánimamente mi espíritu, porque algo me decía, quizás la lógica o tal vez fuera
la simple y siempre sugerente intuición, que allí la situación era infinitamente mas
aterradora.
Llegué a la fábrica, y aparque mi auto en el recinto destinado para los
trabajadores, bajé despacio, y con cautela me dirigí hacia la entrada, donde
observé que había varios compañeros hablando y gesticulando; estos, a su vez, se
volvieron para mirarme y observaban como me iba acercando gradualmente, di
los buenos días, y por respuesta obtuve solo gruñidos y caras de pocos amigos. Me
preguntaron lo mismo que pensaba preguntarles yo a ellos, así que me encogí de
hombros y les respondí que no tenía ni la mas remota idea de que es lo que estaba
ocurriendo. El resto de la conversación no la puedo reproducir, por no herir la
sensibilidad de nadie con las groserías que allí se escucharon.
La fábrica, mantenía la planta de producción cerrada y algunos, tanto directivos,
oficinistas y operadores no habían acudido al trabajo, nadie sabía nada, nadie
podía comunicarse con nadie, ya que los teléfonos habían dejado de funcionar, los
ordenadores tampoco servían de nada, por lo que nos pusimos de acuerdo y
decidimos regresar a casa. Cuando me dirigía hacia el auto, una idea obsesionante
aterrizo sobre mi cabeza ¿que iba a pasar cuando se le agotara el combustible a mi
vehículo? ¿Y si se le agotaba la batería? Aquello empezó a martillear mi mente,
tanto que no escuchaba los gritos de un compañero llamándome; me volví y de
lejos me pregunto si podía llevarle a su casa, sin mediar palabra, di media vuelta,
salí corriendo abrí rápidamente mi coche, lo puse en marcha y le dejé allí,
gritándome desesperado, haciendo gestos con los brazos para que me detuviera;
pero no quise hacerlo, de repente, me entraron prisas, fobias y terrores paranoicos,
imaginaba que aun lo tenia detrás intentando colgarse del paragolpes, el miedo y la
angustia se apoderaron de mi alma. No me atreví a mirar por el retrovisor, el
corazón en su frenético latir, simulaba salir despedido por la boca y el aire dolía en
mis pulmones; comprendí que mi auto se había convertido en un claustrofóbico
habitáculo, tenía que serenarme.
En el camino de regreso, recé como nunca antes lo había hecho, mis plegarias
estaban llenas de peticiones a Dios, llegué a pensar que este, incluso se enfadaría
por acordarme de El solo cuando lo necesitaba. Necesitaba calmarme, las miserias
más profundas, oscuras y arcanas del ser humano estaban aflorando demasiado
pronto; sabia que la crisis, nos estaba llevando a un abismo de inconformidad,
donde las relaciones humanas se habían vuelto ásperas. En mi caso llevaba varios
meses sin cobrar, pero me negaba a creer que la situación no tenía arreglo.
A lo lejos, observé unos bultos en la carretera que se fueron definiendo conforme
me acercaba, resultó ser un vehículo de la policía con sus dos agentes; uno de los
agentes comenzó a hacerme señales de alto " no supe si alegrarme o por el
contrario, temer lo peor "fui reduciendo la velocidad hasta llegar a su altura, me
saludó llevándose la mano a la sien derecha y dijo que tenia que requisarme el
auto, el suyo estaba sin combustible. Le contesté que eso era imposible, tenía que
llegar a casa. de pronto, cuando me disponía a abrir la puerta, un instinto primario
y salvaje, que me hacía estar alerta, me hizo reaccionar y efectivamente tuve que
hacer uso de el, porque los agentes desenfundaron sus armas y dispararon, por
fortuna había dejado la primera velocidad puesta, arremetí contra ellos haciendo
volar al segundo de los agentes, que trató de detenerme poniéndose delante, noté
que las balas silbaban a mi alrededor despidiendo pequeños trozos de cristal,
hiriéndome en la cara algunos de estos fragmentos, conseguí esquivar el vehículo
policial que estaba cruzado en la calzada y aceleré; Si, aceleré hasta mas no poder,
esta vez me armé de valor para mirar por el retrovisor; uno de los policías estaba
en el asfalto en posición grotesca, esa que solo puede ponerse cuando un cuerpo
está roto y muerto. El otro seguía disparando en su empeño por detenerme y
hacerse con mi vehículo, sonreí, había conseguido esquivar el peligroso incidente.
¿Pero hasta cuando?
Vagaron mis pensamientos a través de los últimos acontecimientos y no podía
creerme que todo esto estuviera sucediendo. Había atropellado y matado a un
hombre, policía para mas señas, algo inconcebible en mi moral; trataba de
justificarlo pensando que había sido en defensa propia, eran ellos o yo;
Inevitablemente el instinto de supervivencia se sobrepuso a la lógica y a la razón,
¿es que acaso tenía que haberme dejado manipular?
Durante el camino y siempre a una velocidad no muy rápida para no consumir
demasiado combustible, observaba grupos de personas “o lo que quedaba de ellos
“saqueando establecimientos de todo tipo, sentía miedo, si bien no reparaban en
mí, tan absortos estaban en sus profanaciones. No veía la hora de llegar a casa y
abrazar a mi familia, que suponía estarían aterrorizados, el calor, con el sol de la
mañana empezaba a hacer acto de presencia; Por fin divisé el pueblo, llegué a mi
calle no sin ciertos por menores. Salí del coche corriendo sin preocuparme de
cerrarlo ya que tenía cristales rotos por todas partes, subí los escalones de dos en
dos; No sé porqué, pero se me antojaba que los vecinos me acechaban tras sus
mirillas, que escuchaba ese tintineo suave que les delataba. Llegué a mi puerta,
abrí el cerrojo y entré llamando a Marta. No obtuve respuesta, me dirigí hacia la
habitación y allí estaba ella, aun dormía, corrí a ver a los niños, también dormían,
por último fui hasta la habitación de mi suegra; allí estaba ella, mirándome
socarronamente, con una mueca de indescriptible desprecio. Como en un sueño,
escuché, “alto, ponga las manos sobre la cabeza “, una voz me decía que
obedeciera, pero sin dudarlo un momento me abalancé sobre mis agresores que
supuse eran saqueadores, estos estaban armados con pistolas y porras de defensa.
Conseguí derribar a uno de ellos, de pronto sentí como me golpeaban en la nuca y
sus figuras se transformaron en caleidoscópicas imágenes y sus voces se
convirtieron en un suave susurro, después sobrevino la oscuridad.
Aun hoy, cinco años después de aquel suceso, trato de entender porque intentan
culparme de la muerte de mi suegra, de la muerte de un policía, y lo que es peor, de la
muerte de Marta y los tres niños.
También se me acusa de haber matado a varios vecinos en su intento por detenerme o
porque sencillamente se cruzaron en mi camino, y de otros delitos menores, como
atraco a mano armada en una estación de servicio, destrozos y daños materiales en la
fábrica en que trabajaba, por no mencionar el puñetazo que le propiné al guardia de
seguridad que intentó retenerme hasta la llegada de la policía.
De vez en cuando, me visita un señor vestido con una bata blanca, no sin antes haberme
puesto una camisa de fuerza; Me cuenta que es mi psiquiatra, que con el tiempo podré
recordar. Yo lo único que recuerdo, es que aquel día, se fue la luz.

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